domingo, 28 de junio de 2015

El superyo, la voz y la mirada



Un psicoanalista francés, Alain Didier-Weill, que asistió al seminario de Lacan y fue incluso convocado por éste a exponer allí mismo, cuenta en su libro “Los tres tiempos de la ley” la siguiente historia: un loco, que creía que era un grano de trigo, es dado de alta por el psiquiatra que lo atendió durante su internación. Aparentemente, está curado.
Poco después de salir, encuentra una gallina; aterrorizado, vuelve corriendo y le pide al psiquiatra que lo interne nuevamente. El médico, asombrado, le dice:
“- No entiendo, usted hace 5 minutos estaba curado, sabía que no es un grano de trigo…”
El loco responde:
“- Si, yo lo sé, pero ella, ¿lo sabe?”
                                                
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Esta historia nos puede ser útil para una  reflexión sobre el superyo. Según la postulación freudiana, éste se caracteriza por saber todo acerca del sujeto. En esta breve historia, podríamos decir que la gallina encarna al superyo, dado que porta, según el loco, un saber sobre su ser. Pese a su pregunta final, en verdad él no duda; su huida da cuenta de su verdadera certeza: la gallina sabe que él, de alguna manera, sigue siendo un grano de trigo.
(Puntualicemos que la temática del superyo, excede, atraviesa la diferencia entre neurosis y psicosis, por lo que creemos que nuestra reflexión puede ser también útil para el análisis de neuróticos).
Si intentamos formular en una frase la cuestión, podríamos cifrarla así: “No eres más que un grano de trigo, te conozco muy bien y no puedes ocultarme tu verdadera naturaleza”,  enunciado claramente superyoico.
La vida de muchos sujetos está frecuentemente guiada por  la  imposibilidad de contradecir enunciados superyoicos de estas características; son aquellos que le dicen, por ejemplo, que es un inútil, un impostor, un bueno para nada, un pobre tipo…
Es decir, una cantidad de enunciados obviamente infinita, que tienen en común  darse a conocer como un saber absoluto sobre el “ser” del sujeto.
No es infrecuente que en el transcurso de las sesiones, el superyo aparezca encarnado en alguna, o algunas de  las personas que rodean al analizante.
Sus palabras, entonces, son escuchadas como acusación casi judicial, de la que es preciso defenderse, o como palabra sagrada, a la que es ineludible obedecer. Otras veces el analizante queda mudo frente a esos enunciados, o los repite, tomandolos como propios, sin poder contradecirlos.
                  
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 Sabemos que  hay una íntima relación entre la voz (el objeto voz) y el superyo, a punto tal que Lacan a veces toma a uno por  otro; en esta historia del loco y la gallina podemos también comenzar a ubicar la relación de la mirada con  el superyo y la voz.
La mirada de la gallina puede calificarse aquí como medusante ( la Medusa era un monstruo mitológico, de mirada penetrante, capaz de convertir en piedra a quien la  sufra).
El efecto medusante no sería aquí la inmovilidad sino la  mudez que afecta al loco cuando ve a la gallina, o mejor dicho,  cuando se cree observado por ella; esa mudez, en nuestros analizantes, que no son mudos, que hablan, puede ser considerada también metáfora de la imposibilidad de contradecir esa mirada, de producir una voz autónoma, deseante, entre la maraña de enunciados superyoicos que lo habitan.
El silencio del loco ante la  gallina, su huida, da cuenta de que , aunque corra, no se ha separado de la gallina. Mejor dicho: corre porque no se ha separado de la gallina. Es decir, está alienado: corre, pero su fuga no es separación: aunque corra y se aleje, no deja  de estar bajo el poder de la mirada medusante de la gallina. No intecambian palabra alguna, están enfrentados en una relación cuyo único soporte es la mirada, que le significa al loco: “Tu eres solo un grano de trigo”
El diálogo del loco con el psiquiatra muestra que él cree que aquello que puede separarlo de la gallina está en el espacio ( ya sea la distancia física, o la  interposición de la pared del manicomio) y no en el campo de lo simbólico. Es decir, en las palabras con las que podría, venciendo su mudez, decirle a la  gallina que lo mira:
“Yo no soy solo eso, un grano de  trigo. Soy eso, pero también soy más que eso, hay en mí otras dimensiones, que no son solo las de ese objeto que puedes engullir cuando te plazca”.
Su relación con lo simbólico es tal,  que la alienación sigue intacta.
Igualmente, es alentador que corra: muestra que la alienación no es absoluta, él sabe que en algun lugar del mundo, por ejemplo en el consultorio del psiquiatra, algo puede protegerlo; es decir, su apropiación de lo simbólico tiene tales características que debe recurrir indefectiblemente a otro que  lo proteja.
En verdad, la apropiación de lo simbólico nunca es plena y absoluta, en ningun sujeto, loco o no; pero aspiramos a que llegue a ser eficaz para contradecir los enunciados  superyoicos. Un análisis puede, justamente, ayudar a modificar esa apropiación: el  analista, a diferencia del psiquiatra, puede ayudar a interponer no una pared de ladrillos, sino un muro de palabras ante esa mirada.
Quizás lo que se nombra como depresión, ése término tan problemático para nosotros ( agrupa de manera indiscriminada, indiferenciada) sea, en esencia, la aceptación pasiva de esa mirada:
“Es verdad, no soy más que eso, un grano de trigo, puedes engullirme cuando te plazca”

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Aquí se nos impone una  pregunta: ¿Por qué tiene ese poder la mirada? ¿Cuál es la raíz de ese poder, de donde proviene su fuerza medusante?
Quizás esa mirada ha puesto en  primer plano la condición de objeto, o, mejor dicho, el reverso de lo simbólico, el mundo de lo que no está regido por la ley de la palabra.
En la primera escena de la película “Blue velvet” (Terciopelo azul) dirigida por David Lynch y protagonizada por Isabella Rosellini y Dennis Hopper, podemos encontrar  un esbozo posible de este reverso. Esa primera escena muestra la apacible vida de un pueblo de USA,  casi una maqueta: veredas muy pulcras,  niños cruzando ordenandamente la calle por la senda peatonal, los bomberos pasan en su camión saludando armoniosamente al son de una música melosa. En el jardín de una casa típica, un hombre está regando, mientras vemos a  su mujer en el living,  mirando TV.
 De pronto, la manguera empieza a fallar, enredada en una rama; el hombre trata de arreglarla, pero súbitamente cae al piso, con muestras de dolor: ha sufrido un paro cardíaco o un accidente cerebrovascular. Lentamente, la música melosa se va apagando y la cámara desciende; se va adentrando en el pasto del jardín, y todo empieza a cambiar: empieza a insinuarse un ámbito hostil, salvaje; los seres que  lo habitan,  alimañas que quizás tengan ahora una dimensión monstruosa, están probablemente empeñados en una lucha a muerte La impresión es siniestra, dura apenas unos instantes, y rapidamente la escena se recompone. Durante un brevísimo lapso apareció ese reverso de lo simbólico.   

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Freud enfatizó el origen vocal del superyo, afirmando que es imposible negar el origen de la instancia en lo oído; Lacan postuló que esa vocalidad es, en verdad, el origen constitutivo del superyo. Hay, por lo tanto,  una íntima relación entre la voz y el  superyo. ¿Y la mirada? ¿Cómo articular la relación entre los ambos objetos y la instancia?

Para comenzar a pensar esta cuestión, digamos que la mirada, por su carácter silencioso, se presta muy especialmente a la  sanción superyoica.  Si alguien no puede contradecir con palabras una mirada superyoica, es porque ha quedado bajo la autoridad de algun enunciado superyoico. Toca al analista, cuestionar ése (esos) enunciados,  horadar esa certidumbres, que reenvían al sujeto una y otra vez por los mismos derroteros.

(Presentado en la Jornada Clínica de la Fundación Tiempo - 11/4/2015)

2 comentarios:

  1. Acabo de descubrir tu blog. Me gustó lo que escribiste sobre superyó, alienación, mirada, voz... Y seguramente al seguir explorando encontraré cosas interesantes.
    Saludos cordiales

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  2. Hola, Patricia:

    me alegro que te haya gustado! Gracias por comentarlo.
    Saludos

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