sábado, 29 de marzo de 2014

La voz de Samantha



(Publicado en Página12, 27/3/14)

     
       ¡“Print”!  En un futuro cercano, muy cercano, Theodore, un triste y solitario escriba, ordena a su computadora imprimir las cartas que escribe por encargo; ésas que las personas ya no se escriben entre ellas, en ese mundo ultratecnologizado. Así se gana la vida, así transcurren sus días;  sus noches oscilan entre  la  soledad, los videojuegos y la  tristeza por su reciente separación.  Un día como cualquier otro, persuadido por la publicidad, decide probar un nuevo y prometedor  sistema operativo en su computadora… y ahí empieza el viaje. Solo un par de preguntas, el Sistema  se autoconfigura y aparece Samantha: el Sistema tiene voz,  ha elegido su propio nombre entre miles disponibles en algunas milésimas de segundo…y le  habla. Samantha es dulce, su voz es seductora. Pasado el primer  momento de extrañeza, de incredulidad, entablan una agradable conversación, una interlocución continua y Theodore, lentamente,  sucumbe a sus encantos: la voz está siempre presente en el auricular inalámbrico de su celular, siempre lista para escucharlo y responderle, en un diálogo que va cobrando ribetes amorosos, incluso sexuales.  Samantha está a su servicio, le organiza la vida, consigue que publiquen su libro y Theodore olvida que es solo una voz.
      Es que la película “Her” (“Ella”), de Spike Jonze, protagonizada por Joaquin Phoenix y Scarlett Johansson  (reciente ganadora del Oscar al mejor guión original), pone en escena un aspecto en particular de la  voz: además de ser vehículo del significado, o fuente de veneración estética -muchas veces al borde de la fetichización- la voz aparece aquí como soporte de la dimensión fantasmática. En tanto objeto parcial autónomo,  funciona como causa del deseo, y rompe  una ilusión: la de la unidad del cuerpo, a cuya totalidad orgánica pertenecería la voz. Por el contrario, la voz posee una extraña autonomía, no pertenece al cuerpo que la emite; no encaja en ese cuerpo, o pertenece al cuerpo equivocado: el intento de Samantha por sumar a alguien –carnalmente- a la relación, fracasa sin remedio, se le hace insoportable a Theodore. Lo oído es el núcleo alrededor del cual se teje la fantasía, dice Freud.  La voz del Otro primordial fue escuchada cuando aún no se podía comprender;  se incorpora, entonces, pero nunca se asimila, conservando siempre un punto de íntima extranjeridad.
     [¿Es ésta la fuente de su poder? ¿O se trata de su invisibilidad? Los discípulos de Pitágoras escucharon sus disertaciones durante años sin verlo: nada los distraía de la voz del maestro, solo podían concentrarse en ella, y fue tratado en vida como un dios]
     Pero no se trata de ubicar un origen mítico: la voz  (como objeto) es el resto caído del encuentro del lenguaje con el cuerpo: es lo que ambos tienen en común, pero que no pertenece a ninguno de ambos; la voz surge del cuerpo y soporta el lenguaje, pero no es de uno ni del otro.
     La fantasía de Theodore se derrumba cuando toma nota de algo que en verdad ya sabía: Samantha, al igual que la voz, no es ‘suya’, ilusión necesaria para sostener la  relación amorosa. El resto es soledad.

    


                                                                                 

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